4.5.16

La teoría Pantone. Parte segunda.

     


         Me sudaban las manos. Siendo sincero, estaba empapado de pies a cabeza. La primera cena con una mujer en al menos tres años y, cosas de la vida, lo único que conocía de ella era su voz.
        Por momentos pensaba en salir del restaurante y olvidarme de todo eso, pero algo me tenía paralizado y no era la posibilidad de echar un polvo. O al menos no era lo único. Mi oportunidad de huir se esfumó al mismo tiempo que el maître acomodaba en una silla frente a la mía a un ejemplar maravilloso, excepto por el pelo color verde. Y las cejas, los ojos, el vestido, las uñas… Todo verde.

        - ¿Lo has traído?
        - Sí, como me indicaste-dije mientras me afanaba en sacar el portátil de la mochila.
        - Perfecto. Disfruta de la cena, ya habrá tiempo para eso.
         
           Pero no disfruté demasiado. En los últimos días las preguntas se multiplicaban, y a la vez la intuición de que no iba a resolverlas esa noche, o al menos no como esperaba. Todo por el puto Mac de las carpetas. O mejor dicho, el puto destino actuando. El resto lo hizo mi curiosidad y Braus que, por desgracia para él, tenía buena mano para la informática y tuvo que dedicar un buen rato a desactivar contraseñas.

         - Gracias tío. A ver que hay aquí...
         - Gracias los cojones. Me debes unas pintas- dijo apuntándome con los dedos a modo de pistola.
         - ¿Eh? Sí claro, luego quedamos.

          Cada carpeta contenía varios archivos de audio. En el primero, una voz de mujer, perfectamente modulada y con ese punto melancólico de las voces roncas, desarrollaba al detalle la teoría del color. Me la ponía dura. Hasta que llegué a uno que me desconcertó. La voz se dirigía a mí por mi nombre, me daba instrucciones para “guíar a los nuevos elegidos”, y un montón de cosas que no entendía. Me dolía la cabeza. Cerré el portátil y me fui con él a casa. Allí me esperaba la escena de costumbre: mi padre durmiendo con medio cuerpo colgando del sillón orejero. Ya tumbado en la cama no podía evitar pensar de quién sería esa voz y qué sentido tenía todo aquello.
          Encendí el Mac para escucharla de nuevo y vi una notificación de email. Accedí sin problemas, Braus se había portado. En él, se me citaba en el restaurante del hotel Zahure dos días después, con la intención de recuperar el portátil que se dejaron en mi mesa sin querer. Respondí que para nada había sido casualidad, y que no devolvería el Mac si no se me explicaba de que iba la broma. No me contestaron. Y ahí estaba, dos días después, en ese restaurante, probablemente cenando con una prostituta pagada por Braus y su primo,en un intento de darle emoción a mi vida con el jueguecito del portátil.

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